Como una de las 30 personas que en la Casona de San Marcos fuimos testigos de su promesa de respetar el orden democrático del país antes de la segunda vuelta electoral de 2011, me atrevo hoy, a escribirle con una opinión que podría tener alguna utilidad para usted.
Los hijos de aquel señor le presentaron la solicitud de indulto apelando a gestos de aparente humildad y sencillez. No hay nada en la vida política de Keiko y Kenji que muestre algo de esa representación teatral de humildad.
Las fotos presentadas de un paciente Fujimori enfermo, para despertar una piadosa y cristiana compasión en usted, en su entorno, y en la población manipulada por las encuestadoras, son parte de un operativo psicológico incompatible con una ética política elemental.
Hay una contradicción profunda entre el enfermo que parece sufrir demasiado y la misma persona que de su puño y letra escribe: “El pedido del indulto ya está hecho. Sólo pido una respuesta franca, directa y objetiva”, y unos días antes: “Yo seguiré luchando por mi salud, mi libertad y mi inocencia”. Solo le faltó gritar y vociferar “Soy inocente”, como al comienzo del célebre juicio cuya condena lo colma de vergüenza.
Cuando a fines de setiembre la Corte Interamericana de derechos humanos de Costa Rica ordenó que vuelvan a prisión a los del Grupo Colina, Fujimori quedó convencido de que judicialmente su caso no tendría modificación posible y que solo le quedaba el indulto.
Con su monumental soberbia había dicho muchas veces que él jamás pediría el indulto.
Está suficientemente probado que el Sr. Fujimori no padece de una enfermedad terminal y que su vida no corre peligro grave alguno en la cárcel dorada construida para él. Tiene médicos y enfermeras, ambulancias y personal especializado para conducirlo en pocos minutos a la clínica privada que él escoja. Ningún otro preso o presa en otras cárceles del país tiene la milésima parte de sus privilegios.
Le sugiero examinar de cerca las tres posibilidades que tendría el reo Fujimori si usted optara por ofrecerle el indulto.
En LA PRIMERA, podríamos imaginar a Fujimori enfermo, sin esperanza alguna, pero en su casa, acompañado de sus hijos y olvidado por su segunda esposa japonesa.
En la segunda, podría verse al ex-poderoso presidente, saludable, refugiado en su casita, jugando con sus nietas, alejado de la política, cuidando sus rosas, saliendo a pescar y hasta a aprender a jugar algo de golf, cobrando su pensión de jubilación, y pagando en cómodas cuotas mensuales la deuda de los 27 millones que le debe al estado peruano como reparación por sus crímenes y delitos.
En la tercera, un rejuvenecido y siempre poderoso Fujimori -“chino”, “chino”- podría reaparecer en la política creyéndose inocente de todas las condenas y cargos pendientes y hasta intentando ser candidato a la presidencia de la República, o tomar un avión a Japón, sin problema alguno como ciudadano nipón.
Quedarse en Lima para seguir haciendo política sería una provocación como la del Sr. Crousillat, quien una vez indultado por estar aparentemente al borde de la muerte por sus males cardíacos, levantaba pesas en un gimnasio.
La indignación que esa burla produjo obligó al presidente García a anularle el indulto y devolverlo a la cárcel.
Irse a Japón tendría para él muchas ventajas: disfrutaría de la paz celeste para sus últimos años y -si son ciertas las muchas conjeturas, indicios y evidencias sobre una enorme fortuna en oro y en billetes verdes que tendría como ciudadano de ese país y derrotado candidato a senador- consagraría parte de su tiempo para ver la suerte de esa fortuna aparentemente escondida. Su hermana y su cuñado se quedaron allí y no pueden volver a Perú. Lo esperarán, seguramente muy amorosos.
Nadie tiene certeza alguna de lo que el futuro trae. Sólo es posible imaginar escenarios a partir de hechos (evidencias), indicios y una pequeña dosis de razonamiento lógico. Me atrevo a suponer que un nuevo y último viaje a Japón está otra vez entre los planes serios del Sr. Fujimori.
Permítame, señor presidente, recordarle que usted comenzó su carrera política con un levantamiento real y simbólico en Moquegua para -según sus palabras- devolverle la dignidad a las Fuerzas Armadas expropiada por Fujimori y su socio Vladimiro Montesinos. Un indulto suyo equivaldría a renunciar a ese gesto simbólico que es parte de lo que le queda de su capital político.
Atentamente.
Rodrigo Montoya.
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